Archivos de la categoría ‘Edson Fernández’

Nuestra compañera Patricia Meira acaba de publicar su libro de poemas No ahogar pescado ni comerlo sentimentalmente, ilustrado por Edson Fernández, compañero también de FD, aunque ahora sólo pueda seguirnos desde la distancia virtual. Enhorabuena a estos dos amigos llenos de talento por esta joyita de papel: magníficos poemas, magníficas ilustraciones, precioso libro.

Incluimos fotos de la presentación y del libro, que se puede adquirir en la cafetería Detrás do Marco, en la calle Londres s/n (tras el Museo de Arte Contemporáneo de Vigo).

Foto portadaFoto interiorFoto Patricia

 

 

Un primate encaramado…

Publicado: 4 enero 2011 de formasdifusasdbate en Edson Fernández, Prosa

“Un primate encaramado a una aracácea es una ubicación ecosistémica”, exclamó aquel pretendido conocedor del medio natural, con pose autosuficiente y con el dedo índice señalando al cielo ante el asentimiento  de uno de esos pupilos advenedizos que no tuvo a menos que decir, apostillando: ¡Para que luego digan que se trata de un animal encaramado a un árbol!.

El origen del arte

Publicado: 26 agosto 2010 de formasdifusasdbate en Edson Fernández, Prosa

Teutobrusco  vigésimo cuarto, ascendió a rey de las tribus prusianas después de estrangular y descuartizar a Teutobrusco vigésimo tercero. A su vez, asfixio a toda su familia, incluidos, sirvientes, coperos de media calidad y doscientos fieles guerreros  que aceptaron con un acuerdo Sacro-suicida, la rendición. Y es que Teutobrusco vigésimo cuarto, ya era conocido entre los suyos con el apelativo en lengua vernácula de: (…) que significa literalmente: “El que más empala”.

            De su aspecto físico nos ha llegado algo; un retrato obra del bizantino Teófanes el griego. En el mismo se ve a un rudo señor barbado y rubicundo con ojos de susto, pupilas de mata sellos, nariz roma, crines trenzadas al estilo galo, piel de oso pardo sobre el cuerpo y en las manos un cetro con esmeraldas y rubíes y una esfera del orbe sin la señal de la cruz. Esta omisión tiene su sentido: Teutobrusco era pagano y adoraba al díos Thor. Costumbre guerrera entre los prusianos era apachurrar a sus enemigos con mazos o pesados martillos; y Teutobrusco, orgulloso de Díos y nación, usaba el hierro más sólido del reino. Durante las ejecuciones todo el pueblo se acicalaba con emplastos de barro adobado con orín de yegua y extracto de sudor de guerrero tras la batalla, y así llenaba el aire de las plazas con gritos belicosos, discusiones  y olores promiscuos. Entonces, las trompas y las chirimías sonaban hasta la llegada del sordo galope de unos tambores. Estos anunciaban la entrada más esperada por todos y el pueblo chillaba con alegría. Eran sus héroes: El gran clan de Los maestros Desolladores que semidesnudos y cubiertos de silvas como imitando a Vermutos, llegaban a la plaza. Sobre un hombro traían cada uno la maza prusiana reglamentaria y en el otro hombro, un afilado cuchillo largo de mango dorado. Reserva exclusiva para los desfiles eran estos cuchillos, el verdadero instrumental de trabajo de los desolladores, era menos vistoso, pero más eficaz. Cuando los desolladores desplegaban su maestría sobre el  cuerpo de un condenado, el pueblo aullaba exasperado como si fueran lobos hambrientos tapando con sus gritos, los gritos de la victima. Entonces, terminado el trabajo de los maestros, Teutobrusco que hasta ese momento permanecía sentado en su trono, saltaba jubiloso a la plaza y de un mazazo, aplastaba la cabeza al condenado.

            Respecto a la esfera del retrato de Teófanes, el rey prusiano llevaba otro atributo muy diferente. Era un cráneo humano en forma de copa, donde acostumbraba beber hidromiel, cerveza o yogurt búlgaro, pues nunca había disfrutado bebiendo sangre de ningún tipo. Estas peculiares costumbres las había ganado de los búlgaros, grandes bebedores de sustancias variadas y los principales exportadores e importadores de cráneos coperos.

            La mujer de Teutobrusco, Guldebrunda, era muy influyente y de buen apetito; y como mujer prusiana, prefería hacerle todas las cosas a su marido antes que dejarle en manos de ninguna sierva o esclava. Así cuando el rey venía de las ejecuciones tapizado de sangre y sesos humanos, ella solía increparle de la peor manera. Él, se justificaba lo mejor que podía y trataba de complacer a su mujer con mismos y regalos, que un collar de perlas, que unos pendientes con huesos de enemigos, o incluso, que un sonajero de ahorcados con planchas de cobre atadas a los testículos. Pero tras varios regaños seguidos, Teutobrusco no le quedo más que obedecer a su reina y dispuso que durante las ejecuciones el trono estuviese a una distancia de veinte metros del patíbulo, en lugar de los dos metros reglamentarios que él mismo había establecido. Y además se abstuvo de ejecutar a los condenados con su maza.

            Pero el destino pronto hubo de cebarse atrozmente en el rey prusiano. Un día, durante una gran comilona, Guldebrunda que nunca fue nada inapetente, se atraganto con ostras que parecían estar en buen estado y murió. Desdichado Teutobrusco no sabía donde buscar consuelo. Durante las exequias de Guldebrunda, la hizo alzar sobre una gigantesca pira funeraria lo suficientemente grande como para quemar vivos en sus bajos a los siete pescadores que trajeron las malditas ostras, además de veinte esclavos marcomanos que fueron degollados previamente. En un principio, Teutobrusco pensó sacrificar dos mil marcomanos, pero  el reino vivía una dura situación económica y no era sensato tal derroche. El cielo se inundó con los aromas de cien plantas diferentes mientras estas ardían y, algo de la reina muerta se quedo dentro de todos los prusianos.

            El gran señor se torno melancólico aunque sus energías no quedaron mermadas en lo absoluto. Al contrarió, durante las cacerías era frecuente verle espolear a su caballo y correr monte adentro. Allí blandiendo una lanza no paraba de gritar como un poseso e hincar en el aire a enemigos imaginarios. Su jauría de veinte fieles  dogos, le seguían a todas partes y él no paraba de gritar, de agitar su pica y de patear el trasero de sus perros, todo, sin dejar de cabalgar. Luego como si se encontrase súbitamente sorprendido en su desatino, frenaba el trote y quedaba durante bastante tiempo mirando el paisaje y el entorno. Los súbditos empezaron a temer por su salud mental.

            Fue el sumo sacerdote Chilberico quién trato de convencer al rey de su necesidad de volver a casarse. Además le sugirió la posibilidad de escoger esposa extranjera, hija de algún país poderoso, para así afirmarse mejor en sus dominios y alianzas. Chilberico apunto a lo más alto y propuso intentar una boda con Bizancio y a Teutobrusco le pareció bien la idea. Como a sí mismo se hacía creer que ya no le importaban las mujeres, le daba igual una rusa oronda, que una seca bizantina con cara de susto. El objetivo era el bien de la nación prusiana y la gloria del dios Thor.

            Un día llegó Chilberico con extraños comentarios a llenar los oídos de su rey.

            -Mi señor… Vos sabéis lo importante que es la buena imagen de un estado y que solo los reinos que tienen las más altas fortalezas suelen ser los mejores.

            -¡Claro!  ¿Cómo ha de ser de otra forma? –afirmo el rey.

            -Por medio del arte –dijo Chilberico con cierta timidez como si no fuera capaz de atreverse a tanto.

            -¿El arte? ¿Qué es eso? ¿Cosas de romanos? –y en el acto el rey recordó a aquel copero al que había colgado por las pies y que este le había aconsejado no confiar en las palabras ajenas y menos en las de un artista y de un sacerdote.

            -Más o menos mí señor… ¿Recordáis vos cuando visteis el teatro romano abandonado fuera de la frontera prusiana? –preguntó Chilberico.

            -Si… Y todavía dudo que no se efectuaran allí ejecuciones.

            -Bueno mí señor, en los teatros romanos se mataba a la gente, pero de mentira.

            -¿Y en el circo que hacían? ¿Teatro también?

            -Allí mataban a la gente de verdad. Incluso usaban fieras para que las devorasen.

            -¡AH! Casi ya no me acordaba de eso… ¿Qué extraños eran esos romanos? Tenían dos sitios para matar: uno para matar de mentira y otro para matar de verdad. A mí nunca me ha gustado el agua tibia.

            -Sabías palabras mí señor. Le he hablado de los teatros romanos pues creó que desde hace tiempo nuestro inmenso Thor merece un templo digno de su gloria.

            -¿Un templo? ¡Eso es mucho gasto! ¡Una locura de romanos maricas! No hace falta… Thor esta por todos lados. Esta en el aire que respiro y en el vino que bebo, en la sangre. Es cosa de locos hacerle una casa a un díos que lo es todo.

            -Una vez más señor habéis dicho una gran verdad. Pero hay otras razones… Mire. Nuestros bosques y montes son muy bellos, pero si erigimos un templo a Thor, todo el mundo se admirara de nuestro logro. El arte, la belleza con que sean adornadas sus paredes, será la envidia de nuestros enemigos y el asombro de pueblos que hasta hace poco nos veían como pobres. ¡OH gran señor! –y Chilberico adoptó un pose marcadamente teatral- si algo así sucede, hasta Bizancio nos tendrá en cuenta y estará dispuesto a respetarnos y a poner su mano con la nuestra, y no, sobre la nuestra.

            Durante largo rato siguieron charlando hasta que Teutobrusco, quizás por la falta de voluntad que le había infundido la perdida de su esposa aceptó los proyectos de Chilberico. Meses después, el propio sacerdote ya tenía apalabrado ciertos arreglos políticos con los bizantinos por medio de jefes prusianos que a su vez habían contactado con el general bizantino Tétrico, conocido irónicamente como: “El deshojador de búlgaros”. Entonces se propuso a Teutobrusco que se dejase hacer un retrato.

            -¿Un retrato? ¿Y para que quiero yo un retrato?

            -Para que la posteridad sepa como erais vos realmente –dijo solemne Chilberico.

            -¿Y quién puede hacer tal disparate? ¿Uno del clan de los desolladores?

            -No, mi señor… Se llama Teófanes, apodado El griego y es un famoso pintor bizantino que ha atravesando Europa y sorteando el peligro de los búlgaros solo por venir a inmortalizaros a vos.

            -¿Inmortalizarme? No me hagas reír… dejadlo donde está… ¿Y en que consiste ser pintor? ¿Es cubrir fachadas?

            -No… Teófanes, junta colores y crea imágenes de vírgenes y de su dios Jesucristo…

            -Ah sí. Es ese díos que siempre está rodeado de vírgenes jóvenes y niños desnudos. Es muy listo ese dios Jesucristo.

            -Señor, por favor… os digo, que quién pinta con pinceles y hace un retrato, hace inmortal la efigie del retratado y aún después de su muerte, será como si siguiese estando vivo en ese pequeño pedazo que ocupa la madera pintada… Además, mí señor, piense que para llegar a un acuerdo matrimonial y a forjar una alianza con Bizancio, necesitan conoceros allá. Es mejor que por ahora le vean solo en pintura… me entendéis.

            Teutobrusco volvió a dejarse convencerse por su sacerdote y permitió que el bizantino le hiciera un retrato, aunque en verdad tenía escasa noción de la naturaleza del trabajo de Teófanes. Pero antes, Chilberico le hizo jurar por el gran Thor, que durante las sesiones de posado no debía incomodarse ni enfurecer por nada de lo que dijese Teófanes, y que le dejase obrar a gusto y necesidad. Verdaderamente estaba resignado Teutobrusco para hacer tantas concesiones en tan poco tiempo, y con la mano sobre su gran mazo, juró no incomodarse ante nada que le dijese el bizantino, todo, por la gloria de Thor.

            Teófanes era como todos los bizantinos, flaco, enjuto y con cara de susto. Ya venía preparado con sus aperos de trabajo y sus pinceles, como para ejecutar cuanto antes el retrato y Teutobrusco se vio en la necesidad de prescindir de su corte, pues el artista necesitaba de la soledad para llevar a buen término la obra. El rey se sentó en su trono vestido con una gran piel de oso y portando corona y todos los atributos de su realeza. Frente a él, estaba Teófanes listo para empezar a trabajar y una gran mesa de alabastro, precioso regalo para Teutobrusco del emperador Justiniano. Tras unos momentos de observación y de algunos trazos sobre la madera preparada, el bizantino con gran amabilidad dirigió la palabra al rey de los prusianos. Durante la conversación usaron el latín, a su vez, haciendo uso de un traductor.

            -Gran señor… Si no resulta ofensivo para vos, me gustaría deciros que hay dos atributos de vuestra indumentaria que entorpecen mi trabajo –dijo Teófanes.

            -¿Cuáles son?

            -Esa gran maza y la copa cráneo. Si vos me permitís os digo que son de mal gusto –dijo el bizantino con soltura.

            Entonces Teutobrusco miró hacía Chilberico que no estaba muy lejos, como buscando el antídoto a la ponzoña. El sacerdote meció con una mano sus plateadas barbas e hizo gestos de apaciguamiento y tranquilidad. Teutobrusco tragó en seco.

            -Ya sé –prosiguió Teófanes- que vos valoráis mucho esos atributos, pero creedme. Son negativos.

            -¿Por qué razón si se puede saber? –murmuró con inquina Teutobrusco.

            -Pues por ejemplo… El cráneo representa la muerte y el sentido de la poética y de la belleza no esta acorde en exaltar la muerte… a menos que… a menos que se trate de una reflexión acerca de la caducidad de la vida humana. ¡Observe vos sus reales manos! –y el rey prusiano obedeció infantilmente -, mire señor, bajo ellas esta el hueso, esta la muerte, pero eso no significa que sea lo que se deba pintar. La verdad esta en la vida, esa por la que nuestro señor Jesucristo se sacrifico por todos nosotros e hizo que la muerte fuera solo una ilusión.

            -Yo no creó en vuestro señor… como se llame –dijo el rey mientras su ojo izquierdo comenzaba a parpadear nervioso.

            -Pero no se trata señor solo de una cuestión religiosa, se trata de algo… algo estético.

            -¿Essstetititico? –resabio el rey y miró suplicante a Chilberico.

            -Si señor… piense que tanto lo feo como lo bello deben estar en armonía de la misma forma que unas montañas se integran con el bosque que las circunda y el cielo que las cubre. Ese cráneo copero no está en concordancia con el resto de su elegante persona. Pintarlo sería como poner pétalos de hierro oxidado a una margarita, seria como plasmar a la Santísima virgen con rostro de hombre… ¡Ah Díos altísimo perdonadme por estas cosas que digo y ayudadme a encontrar la verdad a través de estos pinceles! –exclamo teatralmente y alzando sus pinceles como buscando el cielo.

            -Mire Teófanes… Este cráneo no me lo quita nadie. Si a vos le espanta la muerte, ¡a mí me encanta! y no bebo sangre en el porque me da asco… ¡Y este gran martillo! –exclamó agitando el arma con peligro –Este martillo es el poder del gran Thor, rey del cielo, del trueno y de la tierra, padre de los hombres y las bestias. ¡Así que el cuadro se hará como yo decida!

            -Pues vaya desgracia –dijo Teófanes como con indignación- venir de tan lejos y sortear tantos peligros para hacer un cuadro vulgar, común y corriente, y presentar a gran rey como un gran salvaje.

            -Teutobrusco, volvió a mirar desesperado a Chilberico y este a su vez el ya estaba agitando un crotalos que llevaba a modo de sonajeros, dientes humanos arrancados a la fuerza. En el lenguaje místico de los prusianos, agitar estos crotalos de dientes, era el equivalente a decir mil veces: ¡Paz!

            Ya todo el rostro del rey temblaba de nerviosismo. Aun así, hizo un esfuerzo soberano, pidió ayuda y socorro al inmenso Thor para no faltar a su palabra y preguntó a Teófanes:

            -Bien. ¿Y que creéis vos que debo hacer?

            -Pues debéis usar esfera de orbe en lugar del cráneo. Lo usan todos los reyes que están a la moda. No os digo que pongáis en la esfera la señal de la cruz,  pero si que se trate de algo que no tenga nada en común con la muerte. Y tampoco le pido que abandone su martillo. Puede soldarle encima la figura de un águila bicéfala, como la de Bizancio. Hay muchos reyes que se han unido a esta moda y, además, no tiene porque ser bicéfala. Puede ser tricéfala o cuatricéfala… Tenga en cuenta que un martillo es un objeto muy brusco y torpe, algo que solo se usa en las forjas generalmente. Estoy seguro de que jamás un martillo, algo tan vulgar y estupido como un martillo, servirá para  simbolizar  nada o representar una noble idea. ¡No me estoy refiriendo a los prusianos, ni a su amado Thor! Y por favor, señor, no sienta mal al imitar a sus vecinos los marcomanos que se pasan la vida copiando en todo a Roma… Bizancio sabrá comprenderle.

            -¡Bizancio! ¡Los marcomanos! ¡Los romanos! –exclamo el rey poniéndose en pie y con el rostro ardiendo de furia.

            -¡Alabado sea Nuestro señor Jesucristo!  -exclamó el bizantino.

            Entonces Teutobrusco gritó con todas sus fuerzas como pretendiendo que le oyesen en el mismo cielo, algo en lengua vernácula que podría traducirse literalmente como:

            -¡Por los sagrados cojones de Thor!

            Teutobrusco, saltó y a solo dos metros del trono con un golpe de su maza partió a partes iguales la mesa de alabastro, obsequio del emperador Justiniano. Teófanes, como si careciese de vida, apenas dio unos pasos atrás, portando siempre su perpetua expresión de susto. Teutobrusco en verdad pudo ser capaz de matarle allí mismo, de la misma forma que había quebrado la mesa, sin embargo, fue totalmente incapaz de destrozar el cuadro. Al verse reflejado en un simple bosquejo, le llegó la enajenante sensación de que si atentaba contra el cuadro, era como golpearse a si mismo. Dejo caer su martillo y creyendo que aún existía la mesa, coloco su copa cráneo en el aire. Era puro nervio.

            -Que a este hombre se le pague por su trabajo… como si lo hubiese realizado… pero no quiero saber más de él, ni de su maldito cuadro… -dijo con voz temblorosa a Chilberico y se marcho lleno de furor.

            Teófanes regreso a Bizancio escoltado por guardia búlgara, que al llegar a las fronteras del imperio, resultaron ser bizantinos disfrazados de búlgaros, por temor a los búlgaros. Luego en Constantinopla el retrato fue ampliamente admirado por la corte y alabado porque Teófanes había conseguido captar el alma del bárbaro. La noche después del incidente, Teófanes por orden del Chilberico, ejecutó a toda prisa el cuadro tal y como él había deseado. Un retrato hecho de memoria, no resultaba muy objetivo, pese a ser realizado en la Edad Media. Solo la emperatriz Teodora se dio cuenta de la farsa y le dijo a Justiniano:

            -Si queréis vos jugar con ese salvaje engañándole con una penosa mesa de alabastro que os regalo un mercader chino, yo solo os puedo ofrecer algo de menos valor… Os dejo a mí quinta sobrina, la tonta, para que se la enviéis con dote a esa bestia… Pero que os quede bien claro. Mi señor. Espero, impaciente… que en menos de un año los prusianos y todas esas tribus de zarrapastrosos con quien os habéis aliado, nos regalen al menos cuarenta mil ojos de búlgaros.

            La quinta sobrina, “la tonta” a quien se refería Teodora, era una pobre criatura de rostro asustado como toda buen bizantina, ojos grandes  y larguisimas trenzas que habían sido alimentadas desde la infancia sin conocer las tijeras. Se llamaba Marciana Teotriquila y al llegar a la corte prusiana, nadie le presto atención. El propio Teutobrusco, hacía gala de su indiferencia al sexo femenino, pues ya olvidado el incidente del cuadro, estaba enteramente entregado a la edificación de su templo al díos Thor. Por emprender semejante proeza, fue invadida toda una región para tener acceso a ciertas canteras de piedra. Luego, el templo quedo listo en tiempo record, gracias al esfuerzo de dos mil marcomanos cautivos, esos, que el rey había querido ofrecer en holocausto a su esposa muerta.

            El día de la inauguración todo el pueblo estaba reunido. Un gran muro de piedra rodeaba al templo, como símbolo del poder y la dureza prusiana. Dentro, el monumento, contaba con  veinte columnas por cada lado, repartidas indistintamente en los ordenes, dorico, jonico, corintio y prusiano (el orden prusiano era aún más austero que el dorico), y además, una cúpula con bóveda al estilo cristiano, pero sin crucería. En el frontón del templo estaba tallado a manera de friso el gran martillo de Thor y una gigantesca efigie del rey  presidía la entrada. Como dicha estatua era obra de artesanos prusianos, carecía bastante de criterio artístico, pues el único sentido de su realización se basaba en el principio de: contra más grande, mejor.

            Fue el mismo Teutobrusco quién se auto asignó la tarea de inaugurar el templo. Y que mejor manera de hacerlo que a través del martillo de Thor. Chilberico, extendió cenizas de antepasados sobre el hierro del martillo y le bendijo a la manera prusiana. Entonces Teutobrusco se adelantó y el pueblo le abucheo, pues en el sentido prusiano, los abucheos eran para ellos, lo mismo que son para nosotros hoy los aplausos. El rey, engalanado y limpio como nunca, sin apenas prestar atención a su recién llegada y calamitosa prometida, se acercó con paso felino hasta la inmensa mole de piedra. Levantó el martillo,  se froto las manos, se encomendó a Thor y le dio gracias por toda su ayuda y paciencia. Entonces asestó un golpe seco sobre una de las columnas y el pueblo grito jubiloso. Los prusianos estaban felices, aullando como lobos. Una semana después, el templo se cayó. Solo quedaron las murallas de afuera.

            Teutobrusco no tomó represalias con los implicados. No las tomó nunca ni con los quinientos arquitectos reclutados y graduados a toda prisa por Chilberico, ni con los dos mil marcomanos que tan duro habían trabajado, y menos aún con el propio Chilberico, que después del desastre, desapareció de Prusia sin dejar rastro junto a sus quinientos arquitectos y cuatro mil piezas de oro. Dicen que huyo a Bulgaria. A Teutobrusco, como a todo buen mortal le dolía más la traición que la torpeza o la idiotez. 

            El rey volvió a perder el ánimo. Ahora ni tan siquiera las ejecuciones, ni sus brutales cacerías, mientras pateaba el trasero de sus perros, podían devolverle la vida. Parecía que había llegado su declive. Pero cierto día, despertó rodeado de pieles y observo detenidamente a su nueva esposa, Marciana Teotriquila. Era una tímida criatura no exenta de carácter, que sentada junto a la ventana dejaba ver el dorado de sus luengas trenzas. Ellas, serpenteaban hasta el suelo y se perdían entre las pieles de oso. Su rostro, era tranquilo y placido, y pese al susto permanente en el no existía ningún misterio ni belleza a la espera. Era simplemente una alargada bizantina de larguisimas trenzas, de nariz pequeña y ojos distraídos. Teutobrusco se sintió feliz. Pensó en toda aquella patraña del arte y se vio afortunado de ser rey y no un pobre desgraciado. Se halló feliz de tener junto a sí una buena mujer y de poder ver todos los días, con solo organizar una simple cacería, los más bellos paisajes que pudiera soñar. Se dio cuenta de cuán iluso y blasfemo había sido al intentar ofrecer a Thor, lo que Thor ya tenía.

            Entonces Teutobrusco se levantó de la cama, dio un cariñoso beso a su esposa y fue a que sus guardias le armaran, mientras no dejaba de cantar lleno de alegría, incluso sus perros fueron pateados como de costumbre, pero más suavemente. Todos en la corte se regocijaban con este cambio. El rey en persona  y con un grupo de jinetes fue hasta un pueblo cercano a la frontera y reclutó a unos quinientos campesinos para que reanudasen las obras del templo. Para los pobres labriegos aquello era una bendición. Felices de que un rey les prestara algo de su mirada, salieron de sus casas y se despidieron de sus mujeres e hijos, que les atiborraban con paños y alforjas llenas de comida y amuletos de la buena suerte. Todo el gran grupo fue hasta el templo destrozado y se aprestaron a preparar implementos para mover las enormes piedras caídas. Llegada la noche, los labriegos sin tener mucha idea de que harían al día siguiente se echaron a dormir despreocupados.

            Al amanecer llegó el rey con sus hombres y todos se sorprendieron de tanta diligencia e interés por parte de Teutobrusco. El rey ojeo el paisaje como si buscase algo y luego pregunto sin malicia en el rostro:

            -¿Dónde esta el templo?

            -¿Cómo señor? –dijo un aldeano atrevido.

            -Si… El templo… ¡Es que lo habéis destruido! –clamo con furia.

            -No, no señor… Vos mismo nos dijisteis que nosotros debíamos reconstruirlo, pues ya estaba destruido. ¿No lo recordáis mi señor?

            -¿Te atreves a llamar desmemoriado a tú señor? –grito Teutobrusco rabioso- ¡Yo les he dejado aquí para que hagan un templo a Thor y me encuentro que de un día para otro esta echo añicos!

            Los labriegos hicieron todo lo posible para quitarse la culpa de encima, incluso alegando que no habían parado de trabajar en toda la noche. Teutobrusco no dijo más. Miro de reojo a aquellos hombres, e hizo un leve gesto y se fue dejando el aire lleno de suspenso. Ese mismo día, por la tarde, los quinientos labriegos fueron empalados. Luego antes de caer la noche el rey fue por última vez a aquel sitio y lo observo detenidamente en toda su dimensión como si estuviese viendo algo verdaderamente extraordinario. Dicen que su mirada era muda.

            El lugar quedo maldito por siempre. Nadie podía visitar las ruinas del templo sin correr riesgo de perder la vida debido a la pena de muerte imperante. El tiempo pasó y borro las señales. No quedo nada de aquel muro de piedra dura, ni de aquellas torpes ruinas gigantescas, rodeadas por tambores y capiteles con los diferentes ordenes clásicos, ni quedo nada de la estatua del rey, ni de los cuerpos momificados de los quinientos labriegos empalados. Aquel sitio oscuro, circundado por un denso bosque y por liquidas brumas de haberse conservado durante siglos, bien pudiese haber servido de inspiración a cualquier artista romántico.

            Por favor, no confíen demasiado en las palabras. Las cosas fueron bastante contrarias a este desenlace. En realidad, nadie ejecuto a los labradores.  Estos después de rearmar el templo, cobraron generosamente y regresaron a casa donde sus mujeres ya les esperaban para requisar amuletos y ganancias, y luego para celebrarlo, todos comieron potaje de avena y lentejas con salchicha. En cuanto a Teutobrusco, fue un rey sensato y justo, conocido hasta entre sus enemigos como: “El Salomón del norte”.  Fue un ser tosco, pero bondadoso, que si levantó una vez en su vida la voz, fue a su mujer y hubo de pagarlo bien caro durmiendo dos meses en las ramas de su cedro favorito. Su afición por los cráneos, era solo un inocente coleccionismo etnográfico con leves toques elegantes de necrofilia.  Y sus cacerías de osos pardos, surgían a causa de que en estos animales se hallaba suficiente tejido cutáneo como para cubrir la  enorme magnitud abdominal del rey de Prusia. Durante el feliz mandato de Teutobrusco la nación gozo de tal sosiego, que las cárceles, siempre vacías, servían de tenderetes por las mañanas y salón de banquetes y borracheras de noche. Los únicos muertos registrados en años por causas digamos “no naturales”, fueron por razones etílicas y empachos. El uso del martillo, estaba con la asociación simbólica entre el díos Thor como el principio masculino y la tierra, el principio femenino. Por ello los prusianos eran afamados carpinteros y se pasaban el tiempo clavando puntas por todos lados a martillazo limpio. Este afán de golpes fue muy beneficioso para los barcos de la futura “Liga hanseática”.

            El templo de Thor consiguió sobrevivir varios siglos aunque bastante maltrecho. Finalmente, unos caballeros teutónicos implicados en evangelizar la pagana Prusia, derribaron el templo por equivocación pensando que allí se ejecutaba a la gente. Nunca habían visto un templo clásico. Las nobles piedras fueron recicladas en una iglesia a Nuestra Señora y el resto en un castillo.

            Para terminar, si se entiende esto último como algo negativo lo diré de puntillas, como si no lo hubiese dicho: Teutobrusco, solo supo del agua a través del vino, no murió cristianamente y jamás amó el arte.

            Quien se tenga por optimista y aún así tome por falsas mis últimas afirmaciones, se enfade o desprecie esta historia, ha de saber que la culpa ya no es mía.